lunes, 17 de agosto de 2009

El militar fanfarrón, Plauto


No es descabellado pensar que en la Grecia Antigua pasó el mundo, y que el tiempo actual es tan solo una secuela, un tanto descabellada, de lo que ya se dio. A.N. Whitehead tuvo que pensar algo así, al menos durante una temporada. En algún momento dijo que la filosofía occidental no era más que un conjunto de notas a pie de página a la obra de Platón. Es probable que no se equivocara.

Lo mismo podría decirse de las artes dramáticas, y en particular, de la comedia. La Comedia Antigua utilizó los mitos para aleccionar al personal (los mitos apenas sirven para más cosas). Cuando el público se cansó de tanto néctar, los autores multiplicaron los recursos de Dioniso. Apareció la Comedia Nueva: Los héroes y las hazañas fueron sustituidos por ciudadanos y argumentos de poca monta, la vida diaria robó el escenario al mito. (Este proceso ha pasado cientos de veces en poco más de dos mil años; en ocasiones la sola obra de un escritor lo aúna). Uno de los principales autores que cultivaron este nuevo género fue Menandro, un sabio amigo de Epicuro que sustituyó a Aristóteles al frente de la Academia.

Nombro a Menandro porque muchas de sus obras fueron adaptadas por los autores latinos. Éstos, que carecían de tradición, versionaron, tradujeron y se inspiraron en las comedias griegas. No buscaron el genio de Aristófanes, demasiado rocoso y encadenado a su Atenas. Encontraron la Comedia Nueva, la que Menandro cultivó, más cercana y con el condimento universal del ridículo entre sus principales ingredientes. Los autores latinos no ocultaban estas influencias (Roma, cuyo imperio llegaría a ser gigantesco, miró siempre alucinada las proezas de la cultura griega). El resultado es lo que se conoce con el nombre de Comedia Palliata. A este género pertenece El militar fanfarrón, basada en un libro titulado ‘Alatson’, de autor desconocido (las dos últimas palabras son preciosas juntas).

De la vida de Plauto (s.III-II a.C.) se conservan pocos datos que pueden no pasar de conjeturas. Nació libre, pero en una familia de recursos menguantes. Probó con el comercio, pero en algún momento la suerte se lo desbarató. Se dice que para ganarse el pan se vio obligado a empujar una rueda de molino. Puede que el lobo del fracaso y la penuria le descubriera la luna de las grandes empresas. Lo cierto es que en el barro de la pérdida levantó una alfarería resplandeciente. Se le adjudican 21 obras, no todas completas. Llegó a ser famoso y respetado, y al final de su vida conoció la riqueza.

Roma salía entonces de la Segunda Guerra Púnica. Vencedora, extenuada, conocía los primeros peldaños del imperio. Sufragado por los gobernantes, el teatro (que se representaba durante las fiestas religiosas) se convirtió en un importante elemento de distracción de un pueblo que aireaba por las calles los laureles de los triunfos y las lágrimas por sus muertos.

Plauto escribió sus comedias para esa turba libre que perseguía aferrarse al mundo a pesar de los días y las noches. En algún momento, quizá en su juventud, conoció el griego literario. Ya mayor lo emplearía para lustrar los atardeceres de Roma con la armonía de unas risas simultáneas.

El militar fanfarrón es un libro divertido (y algo más) que hoy apenas se lee por placer, lo acapara el uso académico que hace de él ejemplo de una época y de un tipo de comedia. (Esto es horrible para un escritor, más todavía si ya no cobra derechos.) Plauto merece algo más que figurar en los libros con esa función. Merece ser leído, porque vale la gracia.

Cinco actos, dispares en extensión. La ciudad de Éfeso, donde acontece la trama. El tipo que da título al libro, el militar fanfarrón; otros: el esclavo pillo y tramador, la mujerzuela desvergonzada, la mujer raptada… La Ilíada narra el rapto de Helena de Troya, y este libro no lo ignora. En algún momento el militar fanfarrón cree superar en belleza a Paris; poco antes del verso 1290 leo:

Pero sabiendo que muchos han pasado por muchas cosas
deshonestas y ajenas a las buenas costumbres por amor,
-no digo ya de Aquiles, que permitió que matasen a sus conciudadanos…-


Este último verso podría ser el título de una Tesis doctoral. Los puntos suspensivos permiten a Plauto cambiar de tema radicalmente. Quizá también alguna reacción del público: dos milenios después a mis cuerdas vocales se les escapaba un Oh! y yo me sonreí al comprobar, una vez más, lo permeables que son los órganos al arte.

Hace una semana escribí sobre este mismo libro, pero perdí mis líneas. Entonces me subía por las ramas del argumento, y no me apetece volver a las andadas. Barajé olvidar a Plauto y comentar La carretera, de Cormac McCarthy, pero recordé que había decidido no meterme con nadie. De forma que volví a Plauto y a su tonto militar…, al fin y al cabo cómo se puede uno olvidar de Shakespeare, de Corneille, de Moliere, de N.M. Las buenas cepas literarias dan a veces vinos tardíos, con otras denominaciones de origen.

Acabo, ya es tarde (y el vino es peligroso), con una frase graciosa, profundamente graciosa:


Mas nadie sabe suficiente él solo. Que yo he visto con frecuencia a muchos salir de las regiones de la sensatez antes de haberlas hallado.


Yo también. Larga vida a Plauto.

No hay comentarios: