miércoles, 22 de abril de 2009

El hombre que fue jueves, G.K. Chesterton

La lectura de un libro es la condició necesaria para adentrarse en el mundo que nos cuenta. Pero, además, la Literatura exige del lector otros esfuerzos, u otros placeres, según se vea. Un somero repaso a la biografía del autor, un viaje mental hacia su época, el recuerdo de obras más o menos simultáneas, una relectura o un hojeo como la lluvia a veces: de intensidad y duración variable…

Se sabe que el modo en que la Literatura escoge a sus mejores hombres es raro, y, de tanto en tanto, caprichoso. En el caso de Chesterton un problema de corazón lo apartó para siempre de los negocios familiares. Pero le dejó una renta de por vida.

“El hombre que fue jueves” tiene 15 capítulos y está precedido por un poema extenso que recuerda la antigua invocación a las musas, pero pasada esta vez por el tamiz de la teosofía. Las primeras páginas son extrañas. Al menos para el lector que yo soy, no recuerdan a nada previo al 1907, año de su publicación. A medida que se avanza la lectura las piezas bosquejadas por Chesterton parecen querer encajar, pero nunca se encuentran los planos de lo que puede montarse. Los personajes, flojos, están al servicio de la inmensa metáfora que es el conjunto de la obra. Aun así se retienen, y el nombre de Gabriel Syme tendrá que leerse en las antologías del futuro. Dicha metáfora empieza a intuirse pronto, cuando la lógica mundanal es violentada sistemáticamente. Con el paso del tiempo o de las páginas uno espera ceñirla a un referente. Pero nada más lejos de la realidad: la metáfora crece sin control y al final es tan grande que el pensamiento no la abarca. En el último capítulo se lee: "¡Ahora lo comprendo todo! Todo lo que hay que comprender. ¿Por qué todo lo que existe en la tierra pelea contra todo lo demás?"... Pero a estas alturas la suerte ya está echada y nada puede arrojar luz sobre tanta inmensidad. El final puede ser el que es o una fábula de Esopo, lo grande ya está hecho, y la solución que pretendió el lector atrás, ya se da por perdida.
Si la trama se limase hasta unas pocas líneas tendríamos una noche de Las mil y una noches. Seguramente un Chesterton convaleciente leyó este libro en la entonces reciente edición del arabista, capitán y sir R.F. Burton, que data de 1897, al menos en los ejemplares que conservo, que, no obstante, presentan cierto desfase con la información disponible en la red. El título completo en inglés es el siguiente: The Man Who Was a Thursday- A Nightmare.
Estas páginas abarcan multitud de temas: poesía, economía, política… Un clarividente Chesterton afirma que los verdaderos anarquistas son los ricos, no los pobres. Los que no soportan el poder son los que, de algún modo, ya lo ostentan. La siguiente frase puede justificar el precio del volumen: “La maldad es tan mala que no podemos evitar pensar que la bondad es un accidente; la bondad es tan buena que estamos seguros de que el mal podría ser explicado”. Sorpresa tras sorpresa, el libro tiene la habilidad de hacer que el lector desarrolle simultáneamente dos actividades: leer y pensar.
G.K. Chesterton, perteneció a esa especie de hombres que buscan la trascendencia. Cambió el anglicanismo por el agnosticismo, practicó el ocultismo y finalmente murió como convencido católico. Esto le restó admiradores en su patria.
Obra aconsejable y brillante, solitaria en los principios del siglo XX, y aún hoy. Pero no se puede negar su influencia o su carácter premonitorio: Las grandes obras que el siglo XX lleva con orgullo son también metáforas.
Me queda por hacer una última advertencia: El libro está repleto de frases subrayables, lo cual es un peligro para el libro.

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